IMPUTABILIDAD 2

Está muy bueno el artículo de Lanata, sencillo, lógico, lineal, lleno de sentido común, que es lo que nos falta.
Cualquiera ve que los adultos creemos que pareciendo somos. Todo vale, hasta entrar en shock dentro de un quirófano para "parecer"
Cualquiera ve que los colegios, sean del precio que sean y sobre todo los privados, son un depósito de chicos, los padres, tengan el staus económico que tengan, depositan en el colegio "el problema " que viene a ser el chico; con la irritante excusa de que tiene que aprender inglés, alemán, ruso y japonés, los chicos están con cualquiera menos con los padres....a veces los padres trabajan, a veces no, a veces escapan, de las molestias que produce la responsabilidad de criar hijos, si, cuando uno cria hijos los chicos van adelante, pero algunos padres han creído que los cartelitos de tránsito "los niños atrás" son aplicables a todas las situaciones.....
Cualquiera ve que los adultos les transmitimos nuestro desquicio ético, estético e intelectual a los chicos, se ha hecho común, por ejemplo, que los "papás" les regalen a las hijas " implantes mamarios" como regalo de 15 años....muchos cirujanos plásticos muy bién del bolsillo, horrible de la ética. Estas conductas que tendrían que ser vistas como un trastorno en una sociedad medianamente orientada, son vistas dentro de los parámetros de lo aceptable.
Cualquiera ve que los "adultos" depositamos los problemas que tenemos o generamos en cualquier lugar menos en nosotros mismos. Escribía el otro día, que debajo de la máscara que exhiben hasta delante del espejo, muchos conciudadanos no portan rostro.
La falta de conductas coherentes de quienes somos encargados de marcar rumbos es sorprendente, no hay mas que mirar alrededor o hablar un ratito con un adolescente para comprender que la eterna juventud que suponen ostentar los/as descerebrados/as ( pletóricos de sildenafil y siliconas) en plena madurez, ni se parece a la juventud sino que demuestra una carencia lamentable de dignidad, entre otras muchas, carencias digo.
Si, los adultos somos imputables.


Empezamos por el final

Si alguna vez discutimos las condiciones que generan la delincuencia, o la promueven, podríamos pensar en terminar con ella. Jorge Lanata.

Discutimos la cárcel para nuestros jóvenes. Estamos empezando la discusión por el final. Al Estado argentino le preocupa la edad en que una persona puede ser imputable para castigarla. Como política hacia la juventud suena bastante pobre, ¿no? Nadie discute cómo educar, becar, trabajar, ayudar, formar a los jóvenes. Sólo cómo encarcelarlos. El delito parece ser una cuestión de azar, de geografía, de horarios (¿o de raza?). Se cree que si la población carcelaria subiera de 60.000 a 3.000.000, el delito terminaría. Algo así como que la población dispuesta a violar el derecho a propiedad o a la vida es estable, y se trata de identificarla, procesarla y ponerla a resguardo de por vida. Actuamos frente a los jóvenes como si ellos hubieran hecho el mundo; ellos y no nosotros. Tenemos hijos por azar, para que vivan nuestra vida, porque se pinchó el forro, porque ya es hora, porque creemos que unen a una pareja desunida, porque sí y porque –a veces– queremos tenerlos y son fruto del amor por alguien. Después, los tiramos en el colegio, pensando que es en ese sitio donde van a educarlos. Como el Estado desprecia a los maestros, hacemos lo propio: si un profesor aplaza a nuestro inocente niñito, decidimos que la culpa es del autoritarismo escolar, de la burocracia, del ministerio, pero jamás de la dulce palomita. Nos calificamos “amigos” de nuestros hijos cuando ellos esperan, en silencio, que seamos sus padres. Les transmitimos nuestros sueños: nada mejor que “salvarse”; la vida a veces da batacazos y se trata de esperarlos: esforzarse no vale la pena. Les dejamos absolutamente claro que tener es mejor que ser: un Mini Cooper, unas Nike, un buzo de GAP, un culo divino y un par de piernas largas (porque también se pueden tener personas). Les hacemos “sentirse parte”: de los vips, las tarjetas de crédito platino, el pase libre. Les exigimos que sean lindos, que estén despiertos y se muestren divertidos. Les vendemos drogas al efecto (¿o los jóvenes se las venden a sí mismos?) y después perseguimos a los más pobres por usarlas. Un día, el Dr. Frankenstein notó que el monstruo no lo obedecía. Y comenzó a temerle. Por supuesto, ya era tarde.

¿Es ésta una apología de los pibes chorros? Nada más lejano. Estoy diciendo que ninguna película se empieza a ver por el final. Si alguna vez discutimos las condiciones que generan la delincuencia, o la promueven, podríamos pensar en terminar con ella.

Nos asusta que roben. Que roben en una sociedad que sólo condena a los pobres que roban. Nos asusta que maten. Eso los vuelve imprevisibles.

¿Quién les venderá las armas? ¿Otros jóvenes o los adultos? Nos paraliza que no le den importancia alguna a la vida. ¿Le damos, nosotros, importancia a la vida de ellos?

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