POESÍA

El último relevo

A los soldados yacentes
en Malvinas

Están allí, tallados en la roca
por el recio buril de la tormenta,
con un poncho de nieve cenicienta
y un jadeo de escarchas en la boca.

Sobre las crestas del paisaje ciego
--detrás de los helados panoramas—
danzan entre relámpagos y llamas
los monjes demoníacos del fuego.

Están allí, clavados en la cita
con los míticos dioses irredentos.
La borrasca les da su rompevientos.
La Cruz del Sur les sirve de garita.

Deflagran en el aire como teas
flores de horror, luciérnagas impuras,
y les lamen las rojas mordeduras
los lebreles de sal de las mareas.

Contra los vidrios del turbal inerte
y en conjunción de lábaro y espada,
están allí, la piel descascarada
de cuarto vigilante con la muerte.

El agua cenital de los riscales
--espuma, bajamar, onda, reflujo—
multiplica su trágico dibujo
de cósmicos menhires ancestrales.

Están allí, marcados en la frente
por el duro vector de la pelea,
mientras la rosa del amor flamea
tal un guijarro más en la rompiente.

Un holocausto de clarines puebla
los ecos de las viejas generalas,
y abaten entre líquenes sus alas
los arcángeles negros de la niebla.

Están allí, flanqueados por el genio
del rayo, la pasión, los vendavales,
plantados como tótemes astrales
en el mítico fondo del milenio.

Tras un cielo de láminas ustorias
--perfil contra perfil, peña por peña—
el sol de medianoche les diseña
su pátina de musgos y de glorias.

Están allí. Ya nada los arredra
--brumas, alarmas, nevazones, miedos—
oxidada la costra de los dedos,
las raíces hundidas en la piedra.

Y al mandato final del hombre nuevo,
el alto mar, preñado de futuro,
grita con un dramático “¡Sí, juro!”
la consigna del último relevo.


Orlando M. Punzi


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