Ideología, información

Extrañas situaciones se están presenciando en estos días.
La atmósfera política es irrespirable. En un entramado obsceno se mezclan las acusaciones por corrupción de la lista de miembros de las conducciones de muchos países. La lista es interminable. Los reyes están desnudos.
Los aparatos de información/desinformación/contrainformación parecen ya no ser eficaces para modular a las poblaciones. Sin pensamiento crítico deviene la confusión y con ella la necesaria adherencia a ideologías variopintas
Por cuidar la ideología que nos protege, perdemos de vista que las ideas se pueden ordenar de diversas formas, perdemos de vista que no es buena la rigidez en el pensamiento, perdemos de vista que la forma en que combinamos las ideas dice mucho de nosotros, habla de nuestra capacidad y de nuestra posibilidad de crear.
En esta soledad que nos produce el tiempo que nos toca vivir, nos vemos arrastrados por la ideología de turno, la que mejor nos calma la angustia, la que nos convoca afectivamente, pero sobre todo la que nos permite consumir hasta anestesiarnos. No hay otro objetivo a la vista que la próxima noticia, el próximo escándalo, el próximo viaje, el próximo celular. Ante tanto vacío llenado por objetos desarticulados la ideología nos dará alguna pertenencia, supongo. Podemos morir o matar por ella. El concepto de ideología se ha convertido en un cliche triste, vaciado de contenido, utilizado, violado y hasta deshechado por inservible.

En este país, que sufre de personalismo crónico, los personajes se adueñan de los modelos, de los caminos, de los proyectos y de las ideologías y los ciudadanos, confundidos y asustados se adhieren a la ideología que mejor le acomoda en un momento dado, el ciudadano arreado como ganado trota de un lado al otro y adopta un conjunto de ideas sin identificar las ideas que forman el conjunto.
Ante nuestros ojos el culpable actúa de fiscal en el juicio contra la víctima o tal vez el juez en asociación ilícita con el fiscal juzgan a la victima y al culpable.


Los Justos

Un hombre que cultiva su jardín, como quería Voltaire.
El que agradece que en la tierra haya música.
El que descubre con placer una etimología.
Dos empleados que en un café del Sur juegan un silencioso ajedrez.
El ceramista que premedita un color y una forma.
El tipógrafo que compone bien esta página, que tal vez no le agrada.
Una mujer y un hombre que leen los tercetos finales de cierto canto.
El que acaricia a un animal dormido.
El que justifica o quiere justificar un mal que le han hecho.
El que agradece que en la tierra haya Stevenson.
El que prefiere que los otros tengan razón.
Esas personas, que se ignoran, están salvando el mundo.

 Jorge Luis Borges La cifra 1981





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